Somos mucho más producto de nuestro entorno de lo que pensamos. De repente tendemos a aislar a la persona, justificando su malestar más por rasgos de personalidad o genética que por el entorno que la rodea, y la empastillamos o encerramos en un diagnóstico pensando que lo que le ocurre es una respuesta "anormal" o desequilibrada.
Es como ir al doctor quejándome de tos constante, sin considerar que hace meses vivo al lado de una planta de deshechos tóxicos y que la tos es simplemente una respuesta adaptativa (toser es la forma en que mi cuerpo me avisa y protege de eso que me está dañando), pero el doctor me da una pastilla para la tos sin decirme "y por qué no te vas de ese lugar?"
Es un ejemplo burdo, pero cuántas veces pensamos en tomar ansiolíticos (ya sea en la forma de pastillas, alcohol o marihuana) o antidepresivos cuando esa ansiedad o depresión también es una respuesta adaptativa a un entorno que está enfermo. El pensamiento debería ser: en vez de una posición estoica en que siento que debo aguantar mis circunstancias tomando algo para sobrellevarlas, valido esa respuesta como adaptativa y no símbolo de que hay algo malo en mí, y me alejo o soluciono eso que me está dañando.
Frente al trauma, el cuerpo tiene 2 opciones: o mi sistema nervioso se hiperactiva (lo que conocemos como estrés crónico y cualquiera de sus manifestaciones como jaqueca, malestares estomacales o insomnio etc...) o se hipoactiva, lo que conocemos como depresión. Porque después de un trauma, en el primer caso el cuerpo dice "tengo que estar siempre alerta por si me llega a pasar esto de nuevo, ensayaré en mi mente todos los escenarios posibles todo el día" o en el segundo: "he sentido tanta angustia que no quiero sentir nada más". Y como el cuerpo no puede hacer un bloqueo selectivo emocional, dejo de sentir todo: placer, alegría, conexión. Adormecerse es otra de las formas en que el cuerpo nos protege, aun cuando a largo plazo nos limite la vida.
No quiero decir que las pastillas no sirvan para nada, ni que los diagnósticos siempre estén equivocados. Pero de repente dejamos de ver a las personas como resultados de su entorno, y en nuestro esfuerzo por remediar sus malestares (porque se supone que siempre tenemos que estar felices, funcionales y agradecidos), terminamos siendo cómplices del mismo entorno tóxico que los enfermó.
Esto es válido tanto para el adolescente diagnosticado con bipolaridad sin considerar que es su madre la inestable, como para el/la niñ@ trans con cuadro ansioso que en el colegio no paran de hacerle bullying, como al empleado inmigrante con burnout cuando en su trabajo no tiene ni contrato ni seguro porque no tiene papeles, como a la víctima de violencia doméstica con depresión.
A veces la gente mejora cambiándose de casa o trabajo, o separándose, cambiando los hábitos, o cambiando la forma en que se relaciona, o hasta cambiando las expectativas. Yo no me di cuenta que había vivido con ansiedad toda mi vida hasta que me fui a vivir a un pueblo chico, y dejé de "echarme la culpa" por esa ansiedad y reconocí que el entorno en el que vivía, era el que me estaba haciendo mal. De haberme seguido empastillando es probable que estoy estaría menos viva, pensando que soy "la ansiedad" más que "esto me causa ansiedad". Hay momentos en que por una razón mayor hay que pichicatearse, no lo dudo, pero cuando se transforma en un hábito estamos negando la brújula interna que nos dice "no eres tú, es esto lo que te está enfermando" en pos de esa funcionalidad a toda costa, siendo cómplices muchas veces de una violencia institucional.
Así como dijo Chaplin "Cuando me empecé a querer descubrí que la angustia y el sufrimiento emocional son sólo advertencias de que estaba viviendo en contra de mi propia verdad. Hoy se que eso es autenticidad". Y si el cuerpo avisa cuando nos hemos desviado de esa verdad, en que nuestros "estoy bien" se contradicen con nuestras adicciones o ansiedades o depresiones, ¿por qué no abrazar la idea que ese sufrimiento es en nuestro beneficio, una alarma que en vez de callar hay que escuchar?
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